Itsjok Katzenelson

 





Itsjok Katzenelson (Ицхок Каценельсон) nació en 1886 en Karlitza, cerca de Minsk (Bielorrusia), en el seno de una familia judía amante de las letras. Su padre Jakob Benjamin Katzenelson era escritor.

Poco después del nacimiento de Itsjok, su familia se trasladó a Łódź (Polonia), donde su padre fundó una escuela secundaria judía y creó un grupo literario judío. A los 13 años el joven Katzenelson comenzó a escribir, tanto en yidish como en hebreo. Trabajó como profesor en la escuela de su padre, lo que le permitía, como sionista conceptual que era, viajar alguna vez a Palestina. Antes de la guerra había traducido al yiddish a Heine, así como pasajes del Antiguo Testamento y escrito poemas épicos y obras de teatro.

El 8 de septiembre de 1939, una semana después de que la Wehrmacht invadiera Polonia, las tropas alemanas entran en Łódź y entre las primeras medidas tomadas por los nazis confiscan el colegio de la familia Katzenelson. 

Itsjok, su mujer y sus tres hijos logran huir a Cracovia y en enero de 1940 a Varsovia. Allí son recluidos en el gueto, e Itsjok Katzenelson se compromete de inmediato con la tarea social y educativa como uno de los responsables de la enseñanza secundaria clandestina. También organiza veladas literarias.

En el gueto escribe permanentemente, en especial en yidish, y sus poemas circulan manuscritos por el gueto en centenares de copias. Escenificaba también obras de teatro con los niños judíos como actores. Su poesía es una llamada a la lucidez, a la resistencia, a la venganza. Durante su estancia en el gueto consiguió, tanto para él como para su hijo mayor, trabajo en un taller alemán, ubicado en el gueto.

El 14 de agosto de 1942 al regresar con su hijo mayor Zvi del trabajo se encontró la casa vacía. Su mujer y sus dos hijos pequeños habían sido on capturados en una de las periódicas redadas y llevados, junto con ancianos y enfermos, al campo de exterminio de Treblinka, donde fueron gaseados nada más llegar.

En octubre del mismo año, Katzenelson reacciona uniéndose, junto con su hijo Zvi, a la Organización Judía de Combate, que protagonizará el levantamiento del 19 de abril de 1943. Su vida corre serio peligro y, poco antes de la sublevación, la Organización consigue conducirlos clandestinamente fuera del gueto y ofrecerles pasaportes hondureños en el Hotel Polski, que luego se sabría era una trampa de los nazis para atraer a los judíos polacos ricos con la falsa promesa de permitirles emigrar a Iberoamérica, deteniéndolos y quedándose con sus pertenencias. 

Itjsok y Zvi Katzenelson son deportados al campo de Vittel en el noreste de Francia, donde se internan a los extranjeros susceptibles de ser tratados como moneda de cambio. Es aquí donde, en octubre de 1943 comienza a escribir, a lo largo de diez meses, un conmovedor testimonio personal, en hebreo, Pinkas Vittel (“Registro de Vittel”) y, en yidish, Dos lid fun oisguearguetn idishn folk (“El canto del pueblo judío asesinado”). En febrero de 1944, creyendo que no va a sobrevivir, reparte cinco copias entre sus compañeros y esconde una en tres botellas herméticas que una mañana de febrero de 1944 entierra bajos las raíces retorcidas de un viejo pino cuyas señas difunde también entre sus compañeros.

El 18 de abril de ese año Itjsok Katzenelson y su hijo Zvi son incorporados a un grupo de 170 judíos provenientes de Varsovia y trasladados al campo de Drancy, al noroeste de París. El 29 de abriil son deportados a Auschwitz desde la estación de Bobigny en el convoy número el 72. El 1º de mayo Itsjok Katzenelson y su hijo Zvi morirán asesinados en la cámara de gas en Birkenau.

El 12 de septiembre de 1944 es liberado Vittel y una interna del campo, Miriam Novich, que además tradujo parcialmente la obra al francés y ayudó a su edición, desentierra “El canto del pueblo judío asesinado”. Tanto las botellas como el texto original se encuentran en Israel en el Kibutz Lojamei Haghetaot (“La Casa de los Luchadores del Gueto”) en un museo que lleva el nombre de Itsjok Katzenelson.



El historiador rumano, de origen judío, Serge Klarsfeld, que iba también en ese tren, pero que pudo escapar de Auschwitz, describe así el convoy 72:

“Éramos 1004 judíos, 398 hombres y 606 mujeres, de los cuales 174 no habían cumplido los 18 años. Entre los deportados en este convoy se encontraba Itsjok Katzenelson, así como muchos polacos, que habían sido internados en el campo de concentración de Vittel. Iban los tres niños  Dodelzak: Ita de 12 años, George de 4 y Arkadius de 3 meses; también los Rottenberg: Naftalia de 7, Esther de 4 y Frants de 2. … . Al llegar a Auschwitz, los nazis seleccionaron a 48 hombre con los números de matrícula 186596 a 186643 y a 52 mujeres con matrículas en torno a los números 80600. Un año más tarde, en 1945, los supervivientes éramos 37, 12 hombres y 25 mujeres”.

“El canto del pueblo judío asesinado” está escrita en cuartetos desgarrados sobre la espeluznante tragedia del gueto de Varsovia. Katzenelson, cual un desdichado Job moderno de alma rota por el llanto, no es una víctima desdichada de Dios sino de asesinos inhumanos sin piedad, a los que él ni comprende ni les perdona tanto sufrimiento y tanto crimen.

El poeta ofreció su visión de aquella cronología del horror e iniquidad que fue el gueto varsoviano: la brutalidad gratuita de los SS, asistidos por la infame policía judía del gueto irrumpiendo en las casas para sacar a empellones a sus moradores; la espera terrible de los seleccionados para la muerte en la Umschlagplatz (lugar de reunión de aquellas "reses humanas" para el matadero); la llegada de los trenes de ganado, el asfixiante viaje de los desdichados en los vagones hacia Auschwitz o Treblinka ... Y, sobre todo lo demás, la agonía desesperanzada de aquellas personas inocentes e impotentes; la mirada apagada de los niños y la desazón desquiciada de los mayores. También la resistencia final de algunos heroicos jóvenes que se enfrentaron a los alemanes en la famosa calle de Mila, poco antes de que arrasaran el gueto entero.

Esta elegía se compone de quince cantos de quince cuartetos cada uno, y no es su belleza formal lo más relevante sino la fuerza del dolor que intenta transmitir y que se plasma desde la dedicatoria 

“Para el alma de mi Jane,
para el alma de mi hermano Berl,
exterminados junto con sus hijos,
y junto con todo mi pueblo,
sin sepultura

hasta el último cuarteto 

“¡Ay de mí, no queda nadie ya! ¡Hubo un pueblo… 
y ya no más!” 

Son también sorprendentes los detalles que aporta sobre el genocidio. Insólitos porque en la época en que lo escribe, todavía no se había producido la última gran deportación – la de los judíos húngaros (aproximadamente medio millón) que fueron aniquilados casi en su totalidad – para la que fue imprescindible la colaboración de líderes de la comunidad hebrea que arguyeron en su descargo, años después, que desconocían la suerte definitiva que iban a correr sus compatriotas. Aún más: que solo los asesinos sabían lo que en realidad se ocultaba tras la expresión “reasentamiento”. Katzenelson les desmiente y, de paso, a todos aquellos que posteriormente se escudaron en el presunto sigilo con el que se llevó a cabo la política asesina nazi: la frase neotestamentaria “Quien tiene oídos para oír, que oiga”. Así, en el primer canto menciona campos de exterminio como Sobibor o Treblinka, donde murieron más de 900,000 judíos, apenas unas decenas de miles menos que en Auschwitz-Birkenau. Cita al propio Auschwitz y lugares de ejecuciones masivas como Ponar o guetos como el de Bełżyce, liquidado en mayo de 1943. Y en el último canto calcula con macabro e inaudito acierto, para la época y el momento, el número de judíos asesinados: 

«Así nos asesinaron, de Grecia a Noruega y hasta 
las afueras de Moscú, a cerca de siete millones». 

No conviene llamarse a engaño: si alguien preso durante años, primero entre los muros de Varsovia y luego en Francia, pudo saber de la existencia precisa de tantos lugares de aniquilación en masa y suponer aproximadamente, de una forma nada descabellada, la dimensión de proceso destructor es que no se estaba ante el secreto mejor guardado de la Historia precisamente. 

Las condiciones de “El Canto del pueblo judío asesinado” por su composición, singularidad de su autoría, belleza, patetismo, información e implicaciones morales lo han hecho merecedor de una posición de privilegio en la literatura sobre la Shoah.

La obra de Itsjok Katzenelson comprende poemas, algunos de los cuales se convertirían en canciones populares, obras de teatro y canciones en yidish y en hebreo.

Termino con su conocido poema, escrito en hebreo “Yo tuve un sueño”:

Yo tuve un sueño
terrible.
Mi pueblo no existe, mi pueblo 
ha desaparecido.
Lancé un grito:
¡Ay! ¡Ay!.
Lo que soñé
ahora sucede.
Dios que estás en las alturas
Te invoco temblando:
¿Para qué y por qué
Mi pueblo ha muerto?.
¿Para qué
ha muerto en vano?.
No en la guerra
ni en combate.
Jóvenes, ancianos,
mujeres y también niños
ya no existen, ya no.
¡Retorciendo las manos!.
Así lloraré en mi duelo
de día y de noche.
¿Para qué, Señor
Dios mío, por qué?.




MAG/19.02.2017/21.04.2022

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