Karl R. Popper

 





Karl Raimund Popper nació el 28 de julio de 1902 en Viena (Imperio austro-húngaro), en el seno de una familia de origen judío de clase media alta asimilada, la mayoría de sus miembros convertidos al luteranismo, en cuya fe fue bautizado Karl. 

Su padre, Simon Siegmund Carl Popper, era un abogado procedente de Bohemia y doctorado en Derecho por la Universidad de Viena. Se interesaba mucho en la Literatura clásica y en la Filosofía así como por los temas sociales y políticos, que inculcaba a su hijo. Su madre, Jenny Schiff, provenía de Silesia y de Hungría, y a su familia pertenecía el director de orquesta Bruno Walter. Ella animaba a su hijo a que se inclinase por una carrera musical y, aunque él sólo eligió la Historia de la Música como una materia secundaria en la Universidad, su afición por la música se convirtió en una de sus fuentes de inspiración en el desarrollo del pensamiento, lo que se manifestó en su interpretación tan original de la relación entre el pensamiento dogmático y el crítico, en su consideración de la distinción entre la objetividad y la subjetividad y más importante en el crecimiento de su hostilidad a todas las formas de historicismo, incluyendo las ideas históricas sobre la naturaleza de lo ‘progresivo’ en música. 

Un tío de Karl, Josef Popper-Lynkeusa, era un conocido ingeniero innovador y filósofo austríaco. Los padres de Karl mantenían una estrecha amistad con Rosa Graf, la hermana de Sigmund Freud, que moriría en el campo de exterminio de Treblinka. 

Tras establecerse en Viena, los Popper ascendieron rápidamente en la sociedad pues Simon Popper era socio del alcalde liberal Raimund Grübl en el bufete de abogados, que pasaría a sus manos al fallecer éste en 1898. El segundo nombre de Karl Popper fue impuesto precisamente por Raimund Grübl. Simon Popper era bibliófilo y poseía en su domicilio una biblioteca de unos 14.000 volúmenes, compuesta principalmente por libros de autores clásicos y sobre filosofía, así como de temas sociales y políticos. 

En su infancia Karl Popper asistió al Realgymnasium local, que no cumplió sus expectativas de enseñanza y que, tras unos meses enfermo en casa, abandonaría a los 16 años para incorporarse como oyente en las clases de Matemáticas, Física, Filosofía, Psicología e Historia de la Música en la Universidad de Viena. Y evidentemente su educación se consolidaba pasando horas en la biblioteca de su padre.  

En 1918 el joven Popper asiste en Viena a la proclamación de la República y al enfrentamiento de republicanos y comunistas con los soldados austriacos. Son tiempos de gran penuria. Las desgracias de la guerra se observan en cada esquina, cada calle, cada familia. La guerra parecía ser la causa de todos los males que aquejaban a la capital austriaca.

Popper quedó impresionado con la propaganda desplegada por los comunistas tras el tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918), por el que Rusia renunciaba a Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, en favor de los Imperios Centrales. Lenin, realista consumado, retorcido maquiavélico, concentraba todo su poder destructivo en los rescoldos monárquicos y moderados de Rusia, aun si para ello hubiera de consentir la mutilación de su imperio. Pero en Austria, Francia y Gran Bretaña el cambio de frente bolchevique permitió la ofensiva propagandística de los partidos comunistas, ante la que sucumbió parte de la juventud europea, Popper incluido.

Popper se sintió atraído por el marxismo y en abril de 1919 se afilió a la asociación de estudiantes socialistas. Luego se hizo miembro del Partido Obrero Socialdemócrata Austríaco, que en aquella época estaba completamente inmerso en la ideología marxista. Será el chico de los recados de la sede vienesa. Hace encargos, asiste a reuniones como oyente, es adoptado por los bolcheviques austriacos. Comienza a conocer el comunismo… y a rechazarlo. 

Tras la refriega del 15 de junio de ese año en Hörlgasse donde la policía mató a ocho compañeros de partido desarmados, Karl Popper se desilusionó y tachó, lo por él presenciado, de materialismo histórico pseudo científico de Marx. No pocos jóvenes, obreros y estudiantes, habían muerto, y los comunistas no sólo no lo lamentaban, sino que lo consideraban sumamente beneficioso: era el tributo que había que rendir al materialismo histórico. Abandonó la ideología marxista y a partir de ese momento hasta el fin de sus días permaneció fiel como defensor del liberalismo social. 

Ese año de 1919 fue posiblemente el más importante en su formación intelectual, Descubrió también en esa época las teorías del psicoanálisis de Freud y Adler y escuchó fascinado una conferencia que Einstein pronunció en Viena sobre la Teoría de la Relatividad. El dominio del espíritu crítico que observó en Einstein, y del que carecían Marx, Freud y Adler, le pareció de importancia fundamental. Dedujo que los pioneros del psicoanálisis acuñaban sus teorías en términos que facilitasen su confirmación, mientras que la teoría de Einstein contenía implicaciones comprobables que, si fuesen falsas, habrían falseado la teoría misma.

A fin de conseguir algún dinero mientras asistía a las clases en la Universidad, Popper, durante un corto período de tiempo, trabajó como obrero en la construcción de nuevas calles, pero tuvo que dejarlo porque se sentía incapaz de realizar trabajos pesados. Luego se hizo aprendiz de ebanista y viajante de comercio. El sueño de Popper, que tenía una personalidad más bien melancólica, era abrir una guardería infantil, para la cual creía que le sería útil su habilidad para construir muebles. Con esa idea en mente, se incorporó al servicio voluntario en una de las clínicas infantiles del psicoanalista Alfred Adler.

En 1922 se presentó, y aprobó, su examen de ingreso en la Universidad, como alumno reglado. En 1924 pasó su examen de maestro y comenzó a trabajar en un centro que, terminadas las clases, cuidaba a niños en riego de exclusión social. En 1925 se incorporó al recién inaugurado Pädagogisches Institut y continuó estudiando Filosofía y Psicología. Fue en esa época cuando conoció a Josephine Anna Henninger (“Hennie”), quien, en 1930, se convertiría en su esposa, su administradora y su amanuense hasta la muerte de él en 1958. Decidieron no tener descendencia, una decisión que Popper asumiría con aparente ecuanimidad.

En 1928, y bajo la supervisión de Karl Bühler, se doctoró, presentando su tesis bajo el título Zur Methodenfrage der Denkpsychologie (“Sobre el problema de método en la psicología del pensamiento”) y un año más tarde obtuvo su autorización para la docencia que ejecutó, como profesor de Matemáticas y Física en una escuela secundaria. 

El grupo filosófico dominante en Viena en la década de los veinte era el Wiener Kreis (Círculo de Viena”), creado en 1921 por el profesor de Filosofía en la Universidad de Viena, Moritz Schlick, y disuelto definitivamente en 1936, cuando Schlick es asesinado y sus miembros intelectuales de orientación científica como Rudolf Carnap, Carl Hempel, y Alfred Tarski emigran apresuradamente a Estados Unidos e Inglaterra. El objetivo del Círculo era la unificación de las Ciencias, lo que implicaba la eliminación de la Metafísica, como se proponía  en el Tractatus de Ludwig Wittgenstein. Aunque Popper era amigo de algunos de sus miembros y compartía la estima de la Ciencia, su hostilidad hacia Wittgenstein hizo que nunca fuese invitado al Círculo de Viena. 

Por su parte, Popper se hizo cada vez más crítico con los principios del positivismo lógico, especialmente en lo que consideraba un enfoque equivocado en la teoría del significado en Filosofía y en la verificación en la metodología científica. Por ello, disfrutaba con el título de "la oposición oficial", que le fue otorgado por Neurath. A partir de ahí se dedicó intensamente durante algunos años a profundizar en Ciencia y Filosofía, pero el ascenso del nazismo en Alemania y Austria y el temor al Anschluss, le llevó a dedicar las tardes y las noches a escribir su primer libro Die beiden Grundprobleme der Erkenntnistheorie (“Los dos problemas fundamentales de la Teoría del Conocimiento”), con el que buscaba un reconocimiento académico para huir a algún país seguro para los intelectuales de raíces judías. 

Sin embargo, tuvo que condensar su propio punto de vista de la Ciencia y sus críticas a los positivistas en su primer artículo, publicado en 1934 con el título Logik der Forschung (“La Lógica de la Investigación Científica”). El artículo, con el que más tarde se vanagloriaba de haber declarado la sentencia de muerte al positivismo, atrajo a un buen número de lectores. 

En él recoge el problema que, desde Aristóteles, ha preocupado a filósofos y científicos: ¿cómo fundamentar el conocimiento científico, por definición universal y necesario, en la experiencia empírica, por definición particular? Difícil explicación, que hacía embarrancar cualquier conclusión definitiva. En los últimos siglos, la filosofía de la ciencia oscilaba entre sus extremos: Descartes lo confiaba todo a las leyes eternas de la razón, y Hume a las de la experiencia. Desde la conocida en la época como Viena Roja, Popper reflexiona sobre la cuestión y produce una obra desde entonces imprescindible.

Ante las continuas muestras de antisemitismo, Popper buscó abandonar su país natal, a cuyo fin solicitó una excedencia no remunerada en el curso 1935/36 para efectuar una visita de estudio al Reino Unido. Desde ahí consiguió emigrar en 1937 a Nueva Zelanda como profesor de Filosofía en el Canterbury University College de la Universidad de Nueva Zelanda en Christchurch, puesto en el que permaneció durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las discrepancias con su jefe de departamento. A este inconveniente se añadió la dificultad de adaptación de Hennie a la vida fuera de su Viena natal.

La anexión de Austria en 1938 fue el catalizador que provocó que Popper reorientara sus escritos hacia la filosofía social y política. En 1945 publicó una crítica contra el totalitarismo titulada The Open Society and Its Enemies (“La Sociedad Abierta y sus Enemigos”), en la que indaga en la historia de la filosofía para trazar los orígenes del totalitarismo. En La sociedad abierta Popper rastrea los orígenes del totalitarismo; los encuentra en Heráclito y Platón. En el primero, porque defiende la existencia de una ley histórica del devenir a la que todo ser humano ha de plegarse. En el segundo, por su concepción de una sociedad fuertemente jerarquizada y compartimentada, organizada según la razón y el mundo de las ideas. "Mi intento de comprender a Platón mediante la analogía con el totalitarismo moderno me hizo ver, en última instancia, que la fuerza de ambos residía en el hecho de que trataban de responder a una necesidad del bien real", afirma en dicha obra. Para Popper, la vida realmente humana excluye cualquier pretensión de no sobrellevarla, enfrentándose cada día a lo desconocido, a lo incierto.

Popper planteó dos interpretaciones de la historia del pensamiento político. Una reaccionaria, que añora una comunidad cerrada y perfecta, representada por Platón, y otra racional y crítica que reconoce el limitado conocimiento humano, representada por Sócrates, que posibilita el florecimiento del verdadero espíritu científico.

Pero la rebelión humana e intelectual de Popper es ante todo contra Marx y su concepción de la historia como el desarrollo necesario del espíritu absoluto de Hegel. El determinismo hegeliano-marxista vacía de contenido la acción humana, y reduce la moral a dos reinos: el bien, revolucionario, y el mal, conservador. Marx y sus seguidores cuentan con la ventaja del moralismo: "Su crítica al capitalismo tuvo, ante todo, la eficacia de una crítica moral". Gentes como Engels o Sartre se adjudicaban posiciones de ventaja y, así, se inmunizaban contra toda crítica o debate acerca de sus postulados.

¿Cómo no reconocer la sincera indignación de Marx ante las injusticias de la industrialización? ¿Cómo no reconocer el optimismo de Platón, su confianza en los filósofos y en el concepto de Justicia? No son las intenciones lo que irrita a Popper, sino las consecuencias de hacer de ellas el principio y el fin de la reflexión política. Excesivamente severo con Platón, reconoce el rechazo que a éste producía la tiranía, aunque para Popper el totalitarismo nace, precisamente, de la adopción de optimismos históricos no demostrados.

Tras el armisticio en 1946, Popper se trasladó a Londres contratado por la London School of Economics, que en 1949 lo nombró profesor de Lógica y Método Científico. A partir de este momento, la reputación y prestigio como filósofo entre los pensadores sociales y científicos creció de forma importante. Escribió prolíficamente y entre sus obras, The Logic of Scientific Discovery (“La Lógica de la Innovación Científica”), fue reconocida como un clásico avanzado en su campo. En ella, Popper analiza las divergencias entre la Metafísica y la Ciencia, y busca un criterio de demarcación entre las mismas. El objetivo es distinguir claramente las proposiciones científicas de aquellas que no lo son. El criterio de demarcación no establece la verdad o la mentira de una afirmación, sino si ésta ha de ser estudiada y discutida en el ámbito de la Ciencia o, por el contrario, debe ser situada en el campo más especulativo de la Metafísica. En esta obra, el filósofo vienés postula que el conocimiento científico avanza descartando leyes que contradicen la experiencia. A este proceso lo llama “falsación”. La labor del científico consiste en criticar leyes y principios de la naturaleza para reducir así el número de teorías compatibles con las observaciones experimentales. 

Más allá de lo experimental. Según expone Popper, la demarcación es el método que permite refutar o “falsabilizar” una proposición. El pensador señala que sólo se admitirán como proposiciones científicas aquellas que sean factibles de ser admitidas o refutadas a través de observaciones experimentales. Pensaba que para cada conjetura siempre existirá una refutación, lo que significa que si algo tiene la posibilidad de ser falso, puede ser cierto. Por el contrario, cuando algo no puede ser falso es tan utópico que nunca podría ser verdadero. Para que exista algo real debe existir su lado irreal. A través de estas ideas, el desarrollo del conocimiento científico se encarga de eliminar teorías y de crear una clara línea fronteriza entre la metafísica y la ciencia. Y todo el proceso se consigue gracias a las conjeturas.

Popper opina que la Teoría de la Relatividad y la mecánica cuántica quedan encuadradas dentro de la Ciencia. Sin embargo, el marxismo o el psicoanálisis quedan fuera de ella. Las ideas del pensador vienés sobre el conocimiento científico se consideran el núcleo que sustenta el resto de sus contribuciones a la Filosofía.

Popper se sentía incómodo en el ambiente filosófico del Reino Unido de la posguerra que, a su juicio, estaba obsesionado con triviales preocupaciones lingüísticas dictadas por Wittgenstein, a quien consideraba su némesis. Popper era un hombre más bien paradójico. Su compromiso teórico con la primacía de la crítica racional se contraponía con lo hostilidad hacia todo lo que no fuera una aceptación total a su propio pensamiento. En Londres, como había ocurrido en Viena, se iba quedando paulatinamente aislado, aunque sus ideas siguiesen despertando admiración. En los años 1958 y 1959, Popper fue el presidente de la Sociedad Aristotélica (Aristotelian Society for the Systematic Study of Philosophy). 

En sus últimos años, Popper habla de la necesidad de la crítica y la discusión; y de la sociedad abierta como la menos mala de las posibles, pues permite cambiar de gobernante sin derramamiento de sangre. Estos planteamientos le convertirán en un filósofo respetado por el mundo entero. Tras Conjeturas y refutaciones publicará su autobiografía: Búsqueda sin término (1976), El yo y su cerebro (1977), El universo abierto (1982) y, el año de su muerte (1994), El mito del marco común y En busca de un mundo mejor.

En 1965 Karl Popper es nombrado Caballero por la Reina Isabel II del Reino Unido y en 1982 recibe la insignia de Compañero de Honor (Companion of Honour). Fue miembro de la Royal Society de Londres y de la Academia Internacional de la Ciencia. Cultivó la amistad del canciller alemán Helmut Schmidt y del profesor australiano de Fisiología en la Universidad de Otago, John Carew Eccles, que ganaría el Premio Nobel de Medicina en 1963. 

Hasta 1969 impartió clases de Lógica y Método científico en la Universidad de Londres y pasó a la categoría de profesor emérito. En 1985, enferma su esposa y regresan a Austria para que ella pudiera estar rodeada de sus familiares en los últimos meses de su vida. La Ludwig Boltzmann Gesellschaft (LBG), red austríaca de centros no universitarios de investigación especializados, intenta nombrar a Popper director de una nueva rama de Filosofía de la Ciencia, sin conseguirlo. Tras el fallecimiento de su esposa, Popper vuelve en 1986 al Reino Unido, estableciéndose en Kenley, al sur de Londres, permaneciendo activo como escritor y conferenciante.

En 1993 Popper provocó no poca sorpresa con su Contra la televisión, producto de una entrevista que le hizo la RAI. Allí afirmaba, con la distancia del sabio, que la televisión era el mayor peligro para la democracia. Lejos de considerar los medios de masas una garantía para la libertad, Popper advierte de la posibilidad de que acaben destruyendo la sociedad crítica, y con ella, la sociedad abierta. A no pocos sorprendió la llamada de Popper al control de la televisión. Su alegato final ponía sobre el tapete la cuestión de cuáles eran sus creencias precientíficas. Un sacerdote español: Mariano Artigas, considerado el mejor conocedor del pensador vienés. Artigas recogerá, en Lógica y ética en Karl Popper (1998), unas palabras pronunciadas por el pensador austriaco durante una conferencia que dictó en Japón poco antes de morir: "Confieso francamente que elijo el racionalismo porque odio la violencia, y no me engaño a mí mismo con la creencia de que este odio tiene fundamentos racionales (…) se basa en una fe irracional en la actitud de razonabilidad”.

Karl Popper falleció el 17 de septiembre de 1994 en East Croydon (Londres).



MAG/05.01.2020/05.05.2022

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